La leyenda cuenta que en el Paso del Norte, el soldado fue curado de sus heridas de guerra por la soldadera Adela Velarde, que hacía de enfermera de la tropa.
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Una buena descripción del papel femenino durante el movimiento armado de 1910 está en el texto de presentación del libro Las Soldaderas, de la escritora mexicana Elena Poniatowska, que versa: "Cientos de Adelitas y Valentinas cuyo destino no sería tan ideal como los corridos que las cantan y que, valientes, rabiosas, leales y trabajadoras, se sumaron —con un rostro que a medias recuerda a la virgen inmaculada, a medias a la bruja salvaje y viciosa— al atroz himno de sangre y muerte con que se construyó la revolución mexicana".
Las soldaderas, valentinas o adelitas "eran mujeres fuertes, de raza indígena o mestiza, de pueblo o de clase media", que con faldas y blusas ligeras lucieron cananas y empuñaron pistolas y fusiles a la par de sus compañeros.
Por ejemplo, Esperanza Echeverría, del estado de Morelos, quien peleó con el ejército maderista, tuvo el cargo de oficiala y acompañó a Madero durante su entrada a Ciudad de México en 1911. Rosa Bobadilla, del mismo estado, fue comandanta de una unidad del ejército de Zapata.
En los ejércitos de Zapata y Madero, los rangos más altos que ocuparon las mujeres fueron los de comandantes, coronelas y oficialas, pero ninguno de estos cargos tuvo el mismo grado de oficialidad que el de los hombres.
Lejos de la influencia de la mujer revolucionaria en las bellas artes, las soldaderas dejaron claro en la historia de México que "tenían la misma capacidad de los hombres para luchar contra la injusticia; que tenían capacidad para autogobernarse y promover las causas, y que con su compromiso a la causa de la revolución abrieron las puertas para las reformas constitucionales.
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